lunes, 20 de octubre de 2008

Eduardo de Bustos

Bustos expone la teoría de la ética no clásica de Fioridi y Sanders (2001), quienes, basándose en otros modelos de ética no clásica como son la ética médica, la bioética y la ética medioambiental, proponen un análisis ‘singular’ aplicable a la infoética. Se distinguen así de los tradicionalistas, que proponen la aplicación directa de los principios éticos tradicionales a los problemas o nuevas realidades surgidas del uso de las tecnologías de la información y la comunicación. Pese a estos dos enfoques, ambas tendencias parecen converger en que el objeto de aplicación de una forma de ética u otra, no es el computador mismo, sino la información que con él se genera o difunde. Esta información es un objeto de la realidad ‘no reductible’.
Tavani (2002) analiza ambas posturas; para los tradicionalistas el reto que se plantea es el de la aplicación de la ética tradicional (kantiana) a cuestiones o eventos surgidos en relación con el uso de las TIC. Para ellos, el uso de las TIC es puramente incidental y no plantean ninguna modificación a la naturaleza misma de la ética.

En cambio, los singularistas mantienen que la implantación y uso de las TIC suponen la introducción de nuevas cuestiones éticas. Estas cuestiones no pueden abordarse mediante las teorías tradicionales, por lo que abogan por una nueva teoría ética que de cuenta de estas novedades, o bien por el replanteamiento de de la ética tradicional a fin de dar cabida a los nuevos retos morales que suponen las TIC. Si bien estas dos propuestas son distintas, no son necesariamente excluyentes, es decir

‘La revisión de nuestras teorías éticas puede estar motivada por la aparición de nuevas realidades, ya sean objetos o relaciones, que fuercen los límites conceptuales de esas teorías éticas. ‘

Esta nueva ética es no antropocéntrica dado que no excluye de su ámbito de caracterización entidades no humanas. Este enfoque parece extrapolado de la ética medioambiental, en que todo ser vivo, e incluso aquellas entidades inanimadas, son provistas de reconocimiento ontológico y, por tanto, susceptibles de constituir agentes, pacientes u objetos morales. Esta conceptualización complejiza de manera significativa la relación entre agentes, pacientes y objetos que regula la ética. Así pues, un objeto informacional podrá ser paciente moral de una acción, no siendo tan probable que ejerza como agente moral. Además, el agente moral humano puede diluirse como lo que Bustos denomina sujeto distribuido, en que la responsabilidad moral está repartida. Por otra parte, este sujeto distribuido puede ser imputado de un mal al que hubiera contribuido sin ser plenamente consciente del estado de cosas previo a su intervención. Todas estas consideraciones tienen por objeto revelar la complejidad que implica el proceso de una revisión ética como la propuesta por Fioridi.

Parece consistente, no obstante, que la consideración de objetos informacionales se base en el reconocimiento óntico de su valor existencial intrínseco, reconociéndoseles un ‘derecho a ser y, en todo caso, a no ver disminuida su naturaleza informacional’.

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